miércoles, 26 de junio de 2013

Ensayos melancólicos de una adolescente: Eterna soledad

Eterna soledad
Los momentos combinados con el tiempo parecen pasar demasiado lento ante mis ojos. No los vivo, y no tengo intenciones de hacerlo; ¿para qué? Ya no hay nadie con quien disfrutar esos momentos que la gente considera “valiosos y dorados”.
Voy a recordar esta etapa de mi vida como un total fracaso en ciertos aspectos, en aquellos aspectos que sé que no voy a poder superar, que ellos mismos van a superarme a mí, hasta dejarme acostada en mi cama llorando y pidiendo oxígeno de rodillas, ya que las lágrimas me inundan los pulmones.
Muchos se fueron. Y esos muchos me marcaron tan para siempre. Esos muchos que cuando me siente en el sillón, ya siendo adulta, voy a recordar mirando el techo y abrazada a un recuerdo, quizás mirando al cielo, porque estoy tan loca, tan melancólica y tan triste que no cabe duda alguna que seguramente saque el sillón al parque y aplaste las flores.
O, quizás, me siente en el piso, arriba de la cómoda alfombra de un living frío y solitario, y llame a mis hijos (o a mi hijo) y le cuente sobre esos muchos que me marcaron, que me dejaron heridas, después cicatrices y hoy recuerdos. Recuerdos inolvidables, de esos que te hacen llorar de emoción, y esos recuerdos destructivos que te hacen taparte la cara para llorar durante un rato largo.
Me gusta la soledad y eso no lo niego. Y, ¿por qué negarlo? Todos queremos soledad en nuestra vida, un momento para pensar, otro para escribir y otro para leer. Pero tampoco queremos una soledad que parece eterna, que nos encierra y no hay una puerta de salida, sólo una de entrada.

Así me encuentro yo. Encerrada en una soledad que parece infinita. Dudo de poder salir de ella, de poder librarme y dejarla de lado, sólo recordarla cuando tenga ganas o cuando me toque vivir cortos momentos de soledad.

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